En este post hablaré de una de mis más arraigadas pasiones:
La fiesta de los Toros. Pero sobre todo, quiero escribir acerca de un sentir
muy personal que no me deja en paz hace varios meses.
Estimado lector, si es usted del gremio de abraza-árboles
que considera mi sola existencia un rengloncito torcido de Dios y está listo
para arremeter contra el de la letra en la sección de comentarios, ahórrese su
tiempo. No pienso leerlos, mucho menos contestarlos. Use Ud. estos minutos para
llegar más rápido a Bellas Artes y untarse el cuerpo de cátsup frente al más
hermoso palacio de este País, construido por cierto, por un Presidente de la
República que también fue un gran aficionado de cepa y Juez de Plaza. Ande,
vaya. Lo veré próximamente en el McDonald´s más cercano a Ud y más lejano a esa
biblioteca que lo sigue esperando.
Si Ud es taurino, le aviso que este escrito tampoco es para
usted. Podrá leerlo, pero por primera y única vez, su opinión no me interesa.
Es más, es el desinterés por su opinión el que me invita a escribir esta tarde
de domingo. No me lo tome a mal, pero el que avisa no es traidor. Avisados
están.
Ir a la plaza de toros ha sido y será , quizás, mi más
grande pasión. Amo los toros, la fiesta brava y todo lo que ésta representa.
Disfruto ser minoría porque la cultura tiende a segregar, cual cedazo, lo digno
de lo mundano. Nada me causa mayor gusto que ir a la Plaza de Toros, vivir
plenamente toda la parafernalia previa a la fiesta: la reunión con los amigos,
el departir la mesa y los alimentos con aficionados de verdad, hablando sobre
el cartel que se juega la vida esa tarde con gente que dedica tiempo, dinero y
esfuerzo a engrandecer la fiesta con su presencia; Nunca dejaré de sentir un
gusto enorme al preparar la silla, la bota y los puros para cada tarde de
domingo. Y nada ni nadie podrá arrancarme el placer de portar con orgullo un
pañuelo blanco para las alegrías y, más discretamente, un pañuelo negro para las
tristezas.
“No cambio por un trono, mi barrera de sol”, escribiría
sentidamente el flaco de Oro Agustín Lara, al sentir su inspiración desbordarse
viendo un trincherazo de Silverio Pérez. El sentimiento es compartido. No será
barrera, pero si un tendido, de sol o de sombra, no hay trueque que valga.
Estar ahí en la plaza ejerciendo un derecho y defendiendo nada, es lo que
inunda de orgullo el corazón.
Los toros han trascendido fronteras, físicas y espirituales.
Han caído en Cataluña, para renacer en Septiembre de 2013 y callar esas impías
bocas que los condenaron. Han hecho que las manos de escritores premios Nobel
los eleven a las más altas esferas culturales y han quedado representados
en los lienzos y esculturas de los artistas más aclamados del mundo. Pero sobre todo, han
trascendido las barreras electrónicas, virtuales, en donde un mundillo voraz y
agitado los observa, menciona, ensalza y despedaza en 140 caracteres. He sido
activo participante en las redes sociales con el tema taurino, y hoy, fiel a
mis principios, me retiro de ese ruedo.
Mi madre, sabia sin ágora pero profunda cual laguna nayarita de Santa
María del Oro, ya lo dijo y lo dijo bien: “Mucho ayuda el que no estorba”. Y creo que
en este momento, habremos más estorbosos en el tema del toro, que los que hay
en el Metrobús un lunes a medio día. Mucho ha cambiado desde aquellos días en
el que #SiALosToros fue Trending Topic mundial y en donde todos participábamos
con un fin común, a la sarta de
estupideces que se leen hoy. Cual Gremlins en pleno aguacero, empezaron a pulular
los sabios de sillón, los Pepe-Hillos con WiFi robado, los taurinos de dientes
pa´fuera. Esto se llenó de falsos conocedores, de coberos sin pundonor y de
reventadores de a 4 pesos. De Pepes Alamedas sin libros, de Perazas sin bronce
y de Domingos Delgados de la Cámara sin un ápice de sarcasmo -el lujo de pocos-
en sus venas.
Como todo en la vida, honrosas excepciones salen bien
librados de esta balanza personalísima: Profesionales del micrófono dispuestos
a decir las cosas como son, opuestos a la coba y a las pendejadas que algunos
creen les son permitidas, por que de un batazo llegaron al frente de un
micrófono taurino. Los escritores de crónicas libres de complejos e inmunes a
los cañonazos de a quién sabe cuántos pesos, aun la libran como Ave Fénix en
este pantano taurino. A esos los seguiré escuchando y leyendo en silencio, para aprender
los sortilegios de esta fiesta que me llega al alma. Pero nada más.
Para mi, es tiempo de volver a las bases. De buscar en el
toreo lo que he buscado desde mi niñez, quizás sin saberlo: Una emoción que me
enchine la piel, un Olé que me haga gritar de emoción y alzar mi puño en señal
de optimismo. Buscar en el toreo un lance capotero que me haga la tarde y una
muleta clásica que logre sacar lágrimas de mis ojos. Ver a un varilarguero citar de lejos y a un
monosabio delinear el ruedo, seguirán siendo para mi vista, privilegios
atesorados.
Me hastié de tanto expertito de marras, de leer y escucha
las palabras “Cumbre”, “Figura’ y “Arte” con una falta de respeto que provoca
tumbarles los frontales con solo leerlos. Ojalá y rectifiquen. La tauromaquia
no merece semejantes chabacanerías escritas. Algo valioso se perdió en el
camino y no pienso ser parte de este circo de lamebotas, trepadores y babosos
sin educación ni oficio. No, gracias. No más.
Seguiré yendo a la Plaza y viendo las corridas en TV si no
puedo, por alguna razón, estar ahí físicamente. Tendré mis opiniones, duras y
descarnadas, pero las guardaré para mí o para el que desee escucharlas sin
escandalizarse ni sentirse aludido. Porque necesito recuperar la verdad de esta
fiesta. Necesito recuperar lo que me trajo aquí, que básicamente es, la
búsqueda y encuentro de la belleza que se da en un instante, eterno, en el
albero de una plaza de toros, donde una bestia y un hombre danzan con la
muerte, cada domingo.
Y la voy a encontrar.
Do Something. Well, I think I just did.
Olé.
AG