18/6/12

TOGA Y BIRRETE

22 meses pasaron desde que escribí Oasis de Diversidad.


Escribía a toda prisa, tratando de no perder detalle de todo lo que ocurría en esa antigua base aérea de Glendale, Arizona, convertida desde hace ya varios años en el campus de una de las escuelas de negocios de mayor prestigio a nivel global: Thunderbird School of Global Management.


Empezaba un MBA, doce años después de haberme graduado, algo oxidado pero con ganas de retarme a mi mismo y matar el hastío en el que iba cayendo en esa época. Escribía con ilusión, con adrenalina y ¿por qué no decirlo?, con una dosis moderada de miedo a la aventura con la cual me estaba enfrentando.

22 meses, a dos de tres caídas con límite de tiempo. Estoy seguro que ninguno de los mas de 180 compañeros de mas de 20 países que estábamos ahí, nos imaginamos la clase de aventura que viviríamos en los siguientes 2 años. Personalmente, no creía en los posgrados, siempre me consideré autodidacta y consideraba el gasto y el esfuerzo una pérdida de tiempo y un exceso de vanidad profesional. Estaba equivocado. Definitivamente, ponerle método a la adquisición de nuevos conocimientos crea disciplina y obliga a pensar de manera distinta. Obliga también a vivir de manera distinta.

Conforme pasan los semestres, aumenta el grado de dificultad, no solo en lo académico, también el ámbito personal empieza a trastocarse. Los fines de semana de clases son demandantes, las tareas y las lecturas se acumulan, los exámenes crispan los nervios, la tensión crece y la competencia, siempre amigable, está ahí, eternamente presente. Hay que robarle a la familia y a los amigos el tiempo valioso que dedicamos a disfrutar de su compañía. Hay que sacar horas de donde no hay para estudiar, participar, estar ahí, presentes. Un viaje de estudios para terminar la primera mitad inyecta de nuevo esa gasolina para terminar el grado. La meta está más cercana, y como un espejismo, a veces se siente inalcanzable.

El grado no se alcanza solo, hay pilares importantes que sostienen el alto nivel desgaste físico y mental que implica terminarlo. El primero y el más importante, el apoyo de la familia. El constante soporte de mi esposa, la sonrisa de mi hijo y el grito de "Papi" con su vocecita de año y medio cuando me escuchaba llegar ya tarde a casa después de clases, siempre es un motor que impulsa a cerrar el ciclo, a llevar a buen puerto lo empezado. El apoyo de mis padres y hermanas, siempre animando y siempre seguros de que  no les vamos a fallar, es también un compromiso que cala hondo. La amistad y compañerismo de los amigos que se crean en este periodo dentro del salón de clases, es quizás, el activo más importante que nos llevamos de la experiencia: una complicidad grupal que durará toda la vida.

Y finalmente, llega  el día esperado: La graduación. La ceremonia. El ansiado título. La toga y el birrete confirmando que el reto ha sido superado. Y lo más importante, la reflexión final de lo que significa este momento:

La toga y el birrete no imponen un grado. Imponen una enorme responsabilidad sobre nuestros hombros. La responsabilidad de actuar y hacer de nuestro mundo un mejor lugar. La responsabilidad de   ser mejores profesionales, mejores seres humanos. El privilegio de una educación superior no puede quedarse en el ámbito personal, sería mezquino hacerlo y dejaría en duda nuestra condición de ciudadanos del mundo. Cae sobre nosotros el peso de hacer la diferencia, de marcar el camino, de defender a los que no pueden hacerlo, de responder civilmente por nuestras acciones, de velar por tener mejores países, mejores gobiernos, mejores empresas, mejor calidad de vida para los que nos rodean y ponen su fe en nosotros. Responsabilidad para señalar sin miedos las injusticias y para apoyar sin reparo al talento que nos rodea. Responsabilidad de devolver a nuestras familias y amigos los 2 años que les robamos. Responsabilidad de devolver con acciones puras y duras al mundo la oportunidad que tuvimos de aprender, de crecer y de valorar las cosas importantes.

El oasis de diversidad resultó ser una cuna de líderes y una delta de tierra fértil en donde hemos quedado sembrados para dar fruto. La toga y el birrete pesan más sobre nuestros hombros, curiosamente, después de haberlos retirado y guardado en un lugar especial de nuestra casa y de nuestros corazones. La toga y el birrete no son nuestros, se nos han dado en prenda como un símbolo de la responsabilidad que hemos decidido aceptar.

Que sean pues, la toga y el birrete, nuestra lanza y espada. Es tiempo de accionar.

Felicidades T-Birds.

Do Something!

Aureliano García